noviembre 23, 2011

Finding Nina



Cuando te sientas a escribir una crónica a la que ya todo el mundo le conoce el final feliz, tienes tres opciones:

1) Embarrar de ficción toda la parte de en medio Televisa style, inventándole vericuetos y fondeando con violines todos los reveses para entretener al pueblo.
2) Hacerle a la mamada Guillermo Arriaga style cortando la historia en veinte pedazos y reinventar su cronología de manera arbitraria para entretener al seudointelectual.
3) Ir al grano y limitarte a describir los hechos para enterar a los miles de involucrados sobre cómo su ayuda hizo toda la diferencia.

Como no tengo tiempo para la segunda ni la capacidad de síntesis para la tercera, prometo no clavarme demasiado ejecutando la primera pero sin la ficción: esta historia inverosímil le sobra argumento con los hechos reales.
ADVERTENCIA: Cuando dije que no sé sintetizar, no estaba bromeando. Si solo le interesa la parte en la que Nina es recuperada el lunes 21 de noviembre, pase directamente a la sección titulada: La ráfaga.

VIDA DE PERROS
Deben saber que para cuando adopté al perrito de la calle (así le digo de cariño, en serio) a sus dos meses de edad, ya se cargaba un karma de mártir que hubiera dejado a los creadores de María la del Barrio y Buscando a Nemo pensando seriamente en dedicarse a otra cosa.

Antes de saltar de la ventanilla de un coche en movimiento el domingo 20 de noviembre, Nina ya había realizado varios stunts:

-Aplicó la gran Houdini llorando a todo pulmón hasta que la rescataron de la caja sellada donde había sido puesta a morir junto con su hermana en el basurero de un mercado de Naucalpan
-A diferencia de otros miles de perritos de la calle, se las ingenió para hacerse de un hogar adoptivo. Esta es la cara de mustia con la que me robó el corazón por correo electrónico en junio de 2009:

-Sobrevivió un temprano cuadro de epilepsia canina a los cuatro meses de vida (mismo que, déjenme les cuento, salió más caro que lo que se ha gastado el peor de ustedes en el mejor de sus guateques).
-Cuando me tuvo completamente embobada, libró las intenciones de unos robaperros de la Roma, que ya habían conseguido amarrarle las patas y el hocico cuando el poli de mi condominio llegó para liberarla (y no, no fue mi culpa. A la señora que limpiaba mi casa en ese entonces también le aplicó la gran Houdini)
-Sobrevivió con gracia una primera caída de la ventanilla de un coche en movimiento en la carretera a la Marquesa
-Logró conservar el dedo gordo de su pata delantera izquierda luego de un inexplicable accidente hace un par de meses

Por supuesto, cuando mi mamá me llamó para decirme que Nina había saltado por la ventanta de su coche, lo primero que llegó a mi mente fue “pinche cachorro” y lo segundo fue, la verdad, bastante gore.

Vi pedazos anónimos de perrito de la calle siendo aplanados reiteradamente sobre el carril central del Viaducto.
Vi a los robaperros de la Roma agarrándola para peleas caninas (porque pues, la verdad, la muchacha tiene talento).
Vi taqueros de la Narvarte adobando sus muslitos flacos y sirviéndoselos con piña y harta salsa a algún borracho.
Peor aún: vi a alguna chavorruca de la Condechi adoptándola, poniéndole moños rosas sobre las orejas y un suéter ridículo para rebautizarla con algún nombre poco digno de un perrito de la calle, como “Camila” o “Daisy”. Gore, les digo.

Lo que no vi venir para nada fueron los más de 400 RTs que iba a tener la llamada de auxilio que tardé casi una hora en redactar entre mocos, sollozos y el berrinche de todas mis pérdidas juntas.


Mucho menos imaginé la lluvia de menciones, llamadas y correos electrónicos ofreciendo ayuda, consejos prácticos, información, apoyo moral y razones para confiar en que Nina y yo, de alguna manera, nos volveríamos a ver.

LA MOVILIZACIÓN
Algunos de ustedes salieron a recorrer las calles con sus perros, sus coches, sus bicicletas y sus smartphones en mano. Otros suspendieron su puente para diseñar e imprimir flyers para tapizar las calles con la cara de Nina y los teléfonos para devolverla a su casa. Miles más retuiteaban o creaban tuits originales, subían la foto a Facebook o la usaban como foto de perfil.

Fue un tal Mario quien, también sin conocerme, decidió que valía la pena intensearle a una tal Martha por el interfón.
-Guey, hay un perrito todo sacado de pedo en tu jardinera. No se deja agarrar, está cagado de miedo. A ver si tú puedes, tú que quieres a los animalitos
- ¿Es en serio? Tamadre. A ver…

Con tres perros adoptados y medio fastidiada de tener que seguir haciéndole a la madre Teresa de Condesa porque algún hipster olvidó ponerle placa a su perro, Martha bajó a la pinche jardinera, amarró a Nina con una cuerda como pudo y la metió a su casa.

Mientras tanto, en Twitter.com, la participación organizada de una comunidad “virtual”, la empatía de miles y un par de horas pegando flyers con Claudia y Sara habían bastado para convertir la búsqueda del perro de una mortal con menos de 3,000 followers en trending topic nacional.


Claro que semejante nivel de atención tiene su precio: no faltó quien presumió habérsela comido en unos tacos, quien juró que él mismo la había atropellado o quien aseguró haberla visto a dos calles de mi casa, sacándome de la cama ya entrada la noche sólo para descubrir una pista falsa.
Para ellos tengo un mensaje: Putos.

LOS FLYERS ANÓNIMOS
Luego de una noche mal dormida decidí que si Nina estaba viva posiblemente quien la encontró no tenía Twitter ni Facebook. Tenía que poner a prueba la disposición de la gente en un nuevo nivel: los invité descargar el flyer de búsqueda, imprimirlo y salir a la calle –sin importar la zona de la ciudad- para que no quedara una colonia en el DF donde no hubiera una foto de Nina.

Después seguí haciendo lo que había que hacer sin mucha fe. “Si no la vuelvo a ver, por lo menos me hice todo lo que tocaba.” Llegué a la Del Valle a pegar flyers para descubrir que alguien había estado ahí antes que yo; alguien que jamás nos ha visto a Nina ni a mí en persona había renunciado a su día de asueto para imprimir el flyer y salir a pegarlo por la zona de búsqueda. Y ese alguien era, en realidad, uno de muchos.

Ver este flyer me puso a llorar y pensé por primera vez en la posibilidad de volver a ver a Nina. “Si un desconocido es capaz de regalarme su ayuda desinteresada por pura empatía, cualquier cosa es posible". (Trillado, cliché, sí. Pero eso fue lo que pensé).

LA RÁFAGA
Mientras tanto, en otro rincón de la ciudad, Laura cruza Avenida Chilpancingo tras haberse procurado un plato de comida de caridad, que casi siempre recibe de alguno de los restaurantes del área. No cuenta tantos años como aparenta, pero su piel está envejecida de calle. Sus manos, anquilosadas por la artritis.
Está sentada en los escalones de un edificio condominal, donde siempre, cuando una afortunada ráfaga de viento lleva hasta sus pies un pedazo de papel. Es un anuncio de búsqueda. “La gente no debería arrancar estas cosas de la pared, ¿si no, cómo van funcionar?", piensa.


Sin ponerle mucha atención lo mete al bolsillo de su chamarra de segunda mano.

Unos minutos después, Mario cruza caminos con Laura, a quien conoce del barrio, y platican unr ato. Segura de que Mario tendrá mejor oportunidad de ayudar que ella, le entrega el flyer. Mario identifica inmediatamente a Nina y corre a avisarle a Martha. Recibí su llamada no más de tres minutos después de ver el primer flyer anónimo. Me la devolvieron con la cola fracturada y un hambre de dos días, pero viva. Conmigo.

No sé si esa ráfaga de viento fue un afortunado incidente meteorológico o la energía de miles de personas creyendo que era posible.
No sé si el flyer que voló oportunamente hasta la persona correcta en el momento correcto fue uno de los que distribuí con mi familia y amigos o uno de los distribuidos por los detectives anónimos de Twitter.
No importa si no sé. Importa que pasó.

Doña Laura no pidió la recompensa. Se la di de todas formas, disculpándome por no poder darle más. "Qué importa cuánto me des. Para mí está bien porque igual no esperaba nada."
Martha me REcagoteó por traer a Nina sin placa (mea culpa).
Mi mamá (que jamás perdió la fe, quien no se separó de mí ni un momento y a cuya perseverancia dedico este post) me dijo: “¿Viste lo que acaba de pasar? Ahora dime: ¿ya puedes aprender a creer?”

Cuando te detienes a tratar de agradecer la materialización de lo improbable a quienes hicieron posible que estés contando un final feliz, tienes tres opciones:

1) Hacer una lista que incluya cada una de las personas a quienes les quieres agradecer, como hacen en los Óscares pero sin la parte en la que haces el oso en la tele dejando fuera a los más importantes.
2) Ponerte ridículamente cursi (como si la gente todavía estuviera para tus payasadas luego de tres cuartillas y media) en un sentido agradecimiento colectivo por devolverte a un miembro de tu familia.
3) Correr el riesgo de cerrar con una frase honesta, clara y representativa de lo que te llevas de la experiencia (además de tu pedacito peludo de karma).

Cómo no tengo tan buena memoria para primera ni descaro para quitarles más tiempo con la segunda, espero que la tercera le haga justicia a lo que siento por su amor, solidaridad y ayuda incondicionales.

Gracias por dar sin esperar nada a cambio.
Gracias por salirse de su camino para hacer algo por alguien que no son ustedes mismos.
Gracias por devolverme a mi familia.

No dudo ni un segundo que si somos capaces de hacer esto por un perro, podemos hacerlo por nuestros amigos y familiares. Por nuestro país. Por el otro, ese extraño anónimo que soy yo mismo.

Gracias. Gracias. Gracias.

"Compassion, along with love, is the face of altruism."
-Dalai Lama


Special thanks to Nina, for being the purpose.

septiembre 20, 2011

Cuestarriba


Claro que la escalera de la vida podría ser menos larga y empinada,
pero sería aburridísima.


octubre 20, 2010

Come on! Eileen??

“Our mothers cried and sang along and who'd blame them.” /-Dexy’s Midnight Runners

Todos tenemos un nombre. Uno que no escogimos.

Un buen día superas el babeo, el gateo y el balbuceo y despiertas a tu conciencia para enterarte de que alguien más ya ha hecho un decreto verbal y escrito sobre lo que eres. Soledad, Esperanza, Dolores, Consuelo. Ni terminas de resignarte a la mudanza del vientre materno para asumir tu individualidad cuando ya ha sido condicionada para siempre por quienes te arrastraron al reino de la materia (con lo calientito que se está del otro lado).

Victoria, Tranquilino, Calvario, León. Alguien ha asignando un conjunto de sonidos sólidos, significados ambiguos y letras para predestinar un curso cuya creación debería corresponderte.

Santo. Justina. Primitivo. ¿En qué están pensando algunos padres cuando lanzan en nombre de sus hijos este tipo de conjuros? Empiezo a sospechar que la mayoría lo hacen dormidos; ni siquiera están pensando.

Emilio dice que el mío lo leyeron en los créditos de una peli cuando Sara Luz todavía no me daba a luz, pero para la niña de 5 años que aprendía a escribir, la anécdota cinematográfica sobre el origen de su nombre sólo servía para justificar glamorosamente a sus padres por haberle complicado la vida de a gratis. Uno de mis primeros recuerdos es el trabajal que les costó hacerme entender que la maestra del kinder no era idiota, sino que mi nombre, por alguna inexplicable y ociosa razón, no se escribe con las mismas letras que se usa para pronunciarlo.

“Pero qué necesidad”, decía Juanga, nunca en vano.

Tampoco es como que Sara Luz haya hecho algo para impedirlo; luego de heredar el nombre de una abuela que para ella sólo tuvo terrorismo emocional, se prometió no endosar a sus hijas ninguna identidad ajena, mucho menos la propia. ¿Por qué entonces permitió ese nombre en mi nombre? Tratando de que me respondiera esta pregunta descubrí bien temprano que algunas decisiones encuentran su sustento más firme en el poder justificativo de una buena anécdota.

Pero a ver, Sara Luz no lo hizo sola. Hablemos de Emilio.

Podríamos decir que quien recuerde al protagonista de Big Fish y su talento para contar recuerdos cimentados en ficciones básicamente conoce a mi Papá. Crecí preguntándome cómo se las había ingeniado para surcar los siete mares como chef de un barco, anotar los más grandes goles en su brevísima etapa de futbolista profesional, inventar los mejores cortes en su carnicería y, entre una cosa y la otra, ser papá de cuatro niñas. Ficciones salpicadas de realidad: el caldo de infancia que me alimentaba las sonrisas.

Muchas crónicas después, los orígenes hollywoodenses de aquella historia primigenia sobre mi nombramiento deben haberlo aburrido, porque un buen día enfrentó mi pregunta recurrente con un relato sobre nuestros antepasados granbritánicos (yo creía que eran españoles) con quienes coincidía en dos cosas: en que habíamos de honrar la cultura originaria y en que no existían nombres de pila tan flamboyantes como los celtas para acompañar nuestro apellido irlandés antiguo… dato que, si me preguntas, sigue siendo insuficiente para decidirse a bautizar a una niña mexicana con un jeroglífico arcáico que habría de deletrear cotidianamente tres veces por día. Ya si estaban clavados con lo foráneo de menos podrían haberme puesto un nombre Beatle, como el de Michelle, mi hermana mayor, afrancesado como el de Emilie, la menor, o más intuitivo, como el de Leslie, la de enmedio.

Más que por mí, lo siento por los cientos de recepcionistas, representantes de ventas, empleados gubernamentales, gerentes de atención al cliente, familiares políticos, maestros y baristas de Starbucks que han tenido que vérselas con la escritura y pronunciación del nombrecito. Mi credencial del asturiano, por ejemplo, tiene un error tipográfico desde que me acuerdo: doble ene en vez de doble “e”. Esos pinches gachupos son lo suficientemente conservaduristas para que el papeleo del cambio legal de nombre me resulte más atractivo que el de la corrección del desafortunado typo. Putos.

Hace no mucho tiempo, mientras rumiaba mis casos perdidos en voz alta sobre la cama de Sara Luz -quien padece, sin saberlo, de un sofisticado caso de narcolepsia-, aproveché su primer síntoma para transformar el esplendor del ocio de un domingo cualquiera en otra de mis cruzadas fetichistas para descubrir por qué coños me habían puesto así.

- Sara (a mí sí me gusta su nombre), ¿por qué me pusieron Eileen?”

Abre un ojo. El otro parece tenerlo engrapado.

- No sé, nos gustó.

Aprovecho su evidente somnolencia para infiltrarme en su subconsciente con la astucia que el mejor de los DiCaprios sólo podría haber soñado.

- Pero a ver, trata de acordarte. ¿Por qué ese nombre? ¿Cuáles eran las opciones?

Gruñe. Se reacomoda.

- No me acuerdo. Te decíamos “la nena”.

-¿Cómo? ¡¿CÓMO?!

- Sólo por unos meses, mientras nos decidíamos.

El clímax del horror. Hasta los cachorritos en adopción de los powerpoints que mandan las señoras por mail vienen bautizados, pero yo, yo llegué al mundo en el puto anonimato. Podría jurar que en ese momento las Virginias, Dolores y Soledades del mundo tuvieron un simultáneo ataque de risa burlona. Uno como sea, pero… ¿y la nena?

Por primera vez en años, “Eileen” me sonó a Consuelo, a la "Luz" contenida en la etimología del nombre celta que me definirá mientras tenga conciencia y que, bendito dios, por lo menos no tiene diminutivo. Al final, sin querer queriendo, Sara Luz terminó poniéndome su nombre... or not.

He dejado de indagar. Me contenta que a ninguna Justina le han escrito una canción.

“Eileen I’ll hum this tune forever.”

julio 18, 2010

Master commands.



- "Rumora el batallón que fue usted quien produjo la flatulencia, Coronel".
- "Nada de eso, fue este cabrón que está a caballo."
- "¡A callar, subordinados! Y usted, Coronel, jáleme inmediatamente el dedo."

abril 11, 2010

Del sol y el pelo largo.



Primavera.
El amor en los tiempos de la Jacaranda.
La sonrisa y el silencio, el arte en los ojos, el transcurrir de las horas.
El sol y el pelo largo en plena conclusión de una semana inverosímil.

Danza descalza y techno dominguero a cargo de Matías Aguayo, en la serena terraza del MUAC.
















febrero 01, 2010

Dos sabios



Escribir un texto por encargo de mi hermana para leerlo en su boda no era chamba fácil para mi frágil caparazón emotivo. La inspiración se me escurrió de entre las manos durante semanas. O bueno, en realidad era yo quien me le escondía; no estaba lista para sentarme a sentir nada al respecto. Sólo unas horas antes de la boda encontré la calma y el desasosiego necesarios para poner en papel mi mejor augurio. Así quedó, y lo leí en voz alta durante la ceremonia de unión espiritual de Leslie y Damián el sábado 30 de enero de 2010.

Rumbos paralelos, dos anzuelos en un mismo río.

Coincidir. Conversar. Converger.

En nuestra incredulidad, seguimos preguntándonos cuál es la sustancia invisible que une a dos seres en uno solo, cuando no es más que corazón y contraseña.

Cómplice. Contrincante y Coautor.

Antípoda propia cuyo enigma hace sentido. Reflejo a veces grato, a veces incómodo, pero al ser siempre certero es siempre verdadero.

Contradecir o Complacer. Convencer o Comprender. Conciliar.

La intención mutua y simultánea de vencer cualquier inercia individual a favor de un vínculo que se ha vuelto imprescindible.

Compromiso. Constancia. Conciencia. Congruencia.

La amistad incondicional de dos niños, dos sabios, dos amantes que habiéndose ya elegido se han dispuesto a correr el riesgo de volver a elegirse. Las veces que sea necesario.

Compañeros.

Cómplices.

Cónyuges.

Que lo que hoy une el hombre no haya Dios que lo separe.

P.D. Está de más decir que todos lloramos como señoritas.

diciembre 22, 2009

Flor de Luto


Del libro marrón. Diciembre 22, 2008.

Hoy enterramos a mis Abuelos.

Las cenizas de Teresa ya llevaban una década y media en esa urna de madera pero César, su esposo, nunca quiso decidir qué hacer con ellas. A pesar de haber sido un racionalista irreductible y hambriento de respuestas, decía que no creía en los cementerios como si adrede le plantearan la única pregunta que nunca quiso hacerse.

Mi Abuela era todo lo contrario. Conservo imágenes muy tempranas del idilio que sostuvo en vida con su sombra; esa contraparte que, para quienes hubieran preferido no haber nacido, siempre empieza en el lugar de origen. Hablaba sobre deliciosos tacos de gusanos, huevos de hormiga y otros condumios insólitos que se comían en la Pachuca de su infancia y que lejos de transmitir antojo sugerían barbarie. Criaba jilgueros, loros y periquitos australianos con quienes silbaba todas las mañanas, mientras desayunaba huevos crudos directamente de la cáscara, como Rocky. Era una guerrera que bordaba flores de colores. Con su voz de niña nos hablaba de La Santa Muerte y (junto a su colección de memorabilia católica) montaba pequeñísimos altares de velas para honrar figurines huesudos y esqueletos de plástico. Los besaba y les hablaba de usted, como pidiéndoles el favor.

“Cuando me muera, quiero que se suban a una avioneta y tiren mis cenizas desde el cielo sobre el campo, sobre los cerros de Pachuca.” Aunque narraba su fantasía recurrente con euforia casi infantil, al principio me causaba una impresión incluso física, pero al final conseguía que la visualizara volando libre, con los brazos abiertos y la sonrisa plena sobre un vergel bañado de luz y de vida.

Cuando la huesuda por fin escuchó las oraciones de mi Abuela, el Abo convirtió su casa en el mausoleo que conservaría intacto el tema de la muerte y su añoranza de la propia, con la exhibición permanente de la urna a manera de amuleto. Los catorce años siguientes todos quisimos creer que lo había hecho así para sentirla cerca, pero hoy sé que era la forma más cómoda de posponer el luto y de paso endosarle lo del doble entierro a quien se dejara. Sigo sin entender cómo un ser con tanta sensibilidad para la música toleró el agnosticismo. Fue pianista resignado, letrado autodidacta y filósofo triste. Nunca formuló ningún deseo sobre el destino de sus restos porque no le parecía importante. “Para cuando tengan que decidir qué hacer conmigo yo ya voy a estar fuera de este cascarón; a mí qué más me da lo que hagan con él.”

Llegado el momento, en abril, no hubo uno de sus tres hijos que quisiera hacerse cargo del nuevo asunto, mucho menos del pendiente. César escapó a Guadalajara, Sara se desentendió y, en la indiferencia, Susana se llevó a su casa la segunda urna y la acomodó junto a la primera. Así, en la desidia de sus hijos, las corazas de mis Abuelos cumplían su condena en el purgatorio material.

Con la visita inesperada del tío César y familia, Susana y Sara se quedaron sin pretexto y convocaron con mucha prisa y pocas ganas a quienes pudimos interrumpir nuestras actividades para asistir al funeral doble. En la sobremesa de una comida improvisada y apresurada al sur de la ciudad, se decidieron por los Dinamos sin sentimentalismo alguno, sólo porque estaban ahí cerca.

La caravana ascendía en silencio. Afortunadamente vimos pasar a las familias jugando futbol en los llanos y los ríos con sus torrentes de basura: el despoblado a medio reventar en pleno san lunes. Atrás fue quedando el hormigueo de los almuerzos campiranos que concluían al anuncio de un atardecer precoz. En algún lugar entre el tercero y el quinto dinamo –cuando el paisaje invitaba a bajar los vidrios y llenarse los pulmones de bosque- por fin bajamos de los coches, abrimos ambas urnas (cargando sólo con los restos incinerados de las personas que más me quisieron y mejor me lo demostraron cuando niña) y echamos a andar.

César se dejó ver entusiasta. Susana no pronunció palabra y Sara no sabía hacia dónde caminaba con sus tacones sobre el lodo, pero caminaba. No era el típico clima de funeral. Lejos de eso, la excursión parecía emocionarnos. Unos bromeaban para no llorar, otros querían acabar de una vez por todas y los demás abogábamos por la búsqueda del lugar perfecto: un paisaje de río y verde donde ambos pudieran devolver para siempre la materia que les fue prestada.

César dijo “¡Escucho agua que corre!”, Susana estiró el cuello y, al otro lado del sonido, Sara halló por fin el lugar. Casi inmediatamente abrimos las bolsas de tela y plástico y hundimos nuestros dedos en los restos calcinados. Al tacto de mi abuela recordé de golpe cuánto le molestaban las cosquillas. “Son las últimas, Teresa” le dije en silencio. Aventamos puños de Abuelos sobre las plantas, sobre las flores, sobre el pasto, como si fueran confeti. Hicimos del sepulcro una fiesta silenciosa. César contenía las lágrimas, Susana apretaba la mandíbula mientras señalaba huecos del paisaje que no habían sido aún espolvoreados de gris y Sara tenía prisa por terminar. Mientras se despedían de sus padres, acogiendo simultáneamente sus afectos inconclusos, era fácil imaginarlos de niños.

Mientras entregaba a mi Abo al río encontré un pedazo de la prótesis que le implantaron años atrás para devolverle temporalmente la movilidad (y con ello la autonomía que tanto valoraba) durante los años que siguieron a la muerte de su Chata. Como niños que encuentran un tesoro en medio del bosque, nos reunimos alrededor del pedazo de metal ahumado y celebramos el hallazgo tirando más confeti. Luego lo tomé y lo vi caer al lecho del cauce transparente.

Susana dio las gracias. César se despidió distante, calmo pero medio revuelto. Sara dijo “Por fin eres libre, Teresita” mientras rociaba las últimas cenizas grises sobre flores amarillas y lilas, aunque por su entusiasmo de niña bien podrían haber sido pétalos.

En el silencio, en el frescor de la tarde húmeda y fría del cerro, lejos de la cripta y de Pachuca, yacen mis abuelos, mis viejitos, mis primeros amigos.

Descansan para siempre en su cama de vida.

agosto 13, 2009

Paisaje



De la Moleskine de bolsillo.
Junio 06, 2009. Jiutepec, Morelos.

Qué sencilla, qué bella la caricia del viento. Los árboles erguidos en silencio comparten su calma.

Las lluvias devuelven el verde a la loma, roban el violeta a la jacaranda y bajo la hierba quién sabe qué semillas estén gestando ya; el suelo quemado es vientre de un mundo que aún no nos ganamos.

Este sosiego ya no parece tan mío, siento que en cualquier momento alguien va a acercárseme con la factura.

Las palabras ya no me sirven, me encuentro menos con su forma. No consigo acomodarlas para que me hagan justicia.

El escarabajo se estrella en la bombilla por la noche y de día la mariposa me hace pensar en Gion. Creo que él, sin entender bien por qué, también me extraña.

julio 31, 2009

Nina watch the stars



No voy a escribir mucho; tiendo a extraviar la esencia de las cosas en palabrerías. Lo que debo decir esta vez es tan sencillo, tan sagrado y tan irremediable que la foto que corona este post debería ser más que suficiente para explicar cómo fue posible que me halle trastornada a causa de una criatura maloliente, cubierta de pelo, que se presume dueña de mi cama, que no entiende razones y -oh sí, peor aún- se siente con todo el derecho de calentar su cuerpo enroscándoseme como un turbante alrededor de la cabeza o de morder mis dedos de los pies justo durante los mejores momentos de mi vida onírica.

Señoras y señores: me confieso a merced de una bestia. Este pedazo del reino animal gobierna mis emociones.

Nunca fui más feliz.

Oh, it feels good to be alive.

junio 28, 2009

Nina & I


                                                                 ...make a fabulous pair.










mayo 06, 2009

Watching the skies


Llevo treinta años escuchando qué se siente cumplir treinta y por lo menos cinco temiéndolo. Todo eran mentiras, decretos pesimistas: Que se acabaron los años dorados. Que comienza el declive. Que si no estás casado, que si no has construído una carrera sólida, que si todavía pagas renta. Que se escapa la belleza porque la gravedad esto y la sociedad lo otro. Que se acabó la infancia y la adultez sabe mal... el propio renacimiento visto desde su ángulo menos constructivo. No quiero ver nada de eso; estoy aprendiendo a no planear demasiado por adelantado.

Al revés: yo veo treinta años de dichas feliz, penosa y laboriosamente obtenidas.

Veo a mi Mamá decorando con betún el pastel de cumpleaños que ella misma horneó para mí.
A mi Abuelo tocando Las Mañanitas en el piano y a todos mis primos y tíos cantando en un círculo que me rodea y me parece una multitud.
Las jornadas de 12 horas en patines con mi hermana no-biológica y las canciones que inventábamos (y grabábamos) cuando por accidente no los traíamos puestos.
El ruido de cuatro pares de pies que corren descalzos escaleras abajo para encontrar, junto al árbol de navidad, esa forma de magia que huele a plástico nuevo.
La red vial que dibujábamos con pedazos de ladrillo sobre el pavimento para transitar en nuestros autos-bicicletas.
A mi Papá explicándome las metáforas en la letra de una canción de Los Beatles (de todas, en realidad).
Los domingos en la alberca del Asturiano.
Las tardes en casa de mis abuelos y la caricia que el Huele de noche regalaba a nuestras narices la salida.
Los sustos que les metí a mis hermanas en la casa.
Las groserías que le enseñé a mi perico.
El lenguaje que Gion me enseñó a hablar.
La vez que logré ese primer trabajo en publicidad sin tener book ni experiencia.
Las noches de skinny-dipping en el lago del campamento cristiano.
La pena que me daba hablar en inglés cuando no me bastaba el vocabulario.
Al amigo que descubrí en aquel extraño durante un viaje de 10 horas en tren, y lo tonta que me sentí después por no bajarme con él en Luxemburgo.
La vez que me partí la madre por tirarme en patines desde lo alto de una calle demasiado larga y empinada.
La nostalgia de dejar el segundo hogar en un continente lejano para volver al propio.
La sorpresa de descubrir que el primer beso en realidad se siente en el estómago.
Encontrarme con mis talentos en el fluir de la música y las palabras bajo mis dedos.
Los tennis que me compré con mi primer sueldo.
La noche de Playa Paraíso con mis amigos del alma.
El trabajo de mesera que no servía para solventar mis exóticos meses en la playa, pero qué bien me hacía sentir.
Lo que sentí cuando terminaba el primer servicio de Gazuza.
Al italiano que fui a seguir a un pueblecito de 300 personas en plena Toscana.
La bendición de tener a mis padres y a mis hermanas.
La fortuna de estar viva.

Yo veo treinta años de salud, brillo y buena fortuna que me trajeron amablemente hasta mi decimotercer cumpleaños.

Desde este lugar, parada en la orillita de mis 29, veo que la vida no se va muy rápido.
Es al revés.
La vida llega muy rápido, porque siempre comienza.
Sólo comienza.


(Abre el link and sing along...)

Let's dance in style, lets dance for a while
Heaven can wait, we're only watching the skies

Hoping for the best but expecting the worst
Are you going to drop the bomb or not?

Let us die young or let us live forever
We don't have the power but we never say never
Sitting in a sandpit, life is a short trip
The music's for the sad men

Can you imagine when this race is won
Turn our golden faces into the sun
Praising our leaders we're getting in tune
The music's played by the madman

Forever young, i want to be forever young
Do you really want to live forever, forever forever...

Some are like water, some are like the heat
Some are a melody and some are the beat
Sooner or later they all will be gone
Why don't they stay young?

It's so hard to get old without a cause
I don't want to perish like a fading horse
Youth is like diamonds in the sun
And diamonds are forever

So many adventures couldn't happen today
So many songs we forgot to play
So many dreams are swinging out of the blue
We let them come true

Forever young, i want to be forever young
Do you really want to live forever,

forever,
forever...

abril 09, 2009

Walking away


imagen: Postsecret

I wish I didn’t need closure
so I could pick up my pieces,
and take with me only what will make me smile tomorrow
but I’m not that wise.

I wish you had wanted me to see you
so we could have done less pretending and more sharing
less easy jokes and more real talks
but you’re not that brave.

I wish I hadn’t let you bite more than you could chew
so we could walk, laugh, cry and grown
but we’re not us anymore.

I wish you hadn’t smoked pot so much.

febrero 14, 2009

AMEN



‘tis better to have loved and lost
than to never have loved at all
- Billie Holiday

Respetabilísimos amores de mi vida (ustedes saben bien quiénes son):

Llevo semanas peleándome con un bloqueo creativo que no conseguía sostener en mi mano, pero uno no encuentra nada hasta que deja de buscarlo. Ahí estuvieron siempre las cosas sobre las que quería escribir gritando mis verdades recrudecidas desde las paredes de la entraña, pero hoy afortunadamente amanecí con la misteriosa y conmovedora urgencia de leerlas.

Sí, amable lector; yo sé que siempre me agarro de usted para hacer mis catarsis, pero téngame paciencia: estoy regresando de darle la vuelta a mi mundo interior en 80 segundos en pleno día de San Valentín -no sin antes haberle arrancado, una a una, las capas de comercialidad- y me siento obligada a rescatar un par de esos mensajes que en celebraciones como la de hoy suelen extraviarse entre globos metálicos cardiacos y flores asesinadas, y los cuales considero de vital importancia:

Ámense.
Quiéranse a pesar de los callos de su personalidad, de las corazas de su corazón.
Arriesguen.
Dénse el lujo de volverse vulnerables.
Huélanse, tóquense.
Desnuden sus sentimientos de cualquier máscara.
Arránquense todas las etiquetas
Y también los lastres que traen arrastrando del pasado.
Atrévanse a hacer la llamada/la visita/el amor.
Pónganles palabras a los sentimientos, que un "No" nunca va a doler tanto como un "Hubiera”.
Háblense.
Escupan los Teamos que tienen atorados en la garganta.
Acérquense.
Regálense a sí mismos -y al otro- el beneficio de la duda.
(Si estabas esperando una señal, ésta es).
Reestablezcan contacto.
Pidan /den perdón, siempre empezando por ustedes mismos.
Dejen de regocijarse en el morbo de sus cicatrices y quítenles de una vez las últimas puntadas.

Vuélvanse locos, que para encontrar la razón hace falta perder un poco la cabeza.

Amen...
y Amén.

enero 15, 2009

To whom it may concern



What's funny is that, eventually
we're sooooooooo going to fall head over heels for each other.

I can only know and wait
in laughter.

noviembre 23, 2008

Trampa sagrada



Mentiras. Mentira.
El habla seca del poeta triste.
Su joven ejercicio de la palabra.
El viento que insiste en seguir silbando
aromas de sopores impronunciables.

Tibio estanque.
Suculentas prohibidas.
Insulsos amores tendió noviembre
sobre las playas de mi vida.

Mentiras.
Mentira.
Violenta y una sola.
La de mi antifaz y tu fantasma.
Mentira.
Bastó una.

noviembre 13, 2008

Asalto a entrepierna armada en cuatro movimientos.



Primer movimiento: Rage against the machine.
(Andante acceleratto)

Estación de metrobús de Hamburgo. Hora pico. Comienza la danza. A la entrada y ante la necesidad de adquirir una tarjeta para abordar este transporte por primera vez, una aberración de la tecnología automática me arrebataba eficazmente un billete de cien pesitos para cubrir mi saldo de ocho. Luego de un minuto de espera inútil, el caballero a la cabeza la fila que estoy haciendo crecer detrás mío resulta no serlo tanto cuando me explica, ya bastante impaciente, que aquel bendito invento del hombre blanco no da cambio.
"Estos gueyes del gobierno y sus mentes brillantes", pienso.

Segundo movimiento: Cachete con cachete, pechito con pechito/ Reich aguénst de machín.
(Prestissimo coglione)

Recién daba marcha mi trayecto iniciático en un muuuuy saturado vehículo, una aberración de la raza humana me arrimaba descaradamente su herramienta de trabajo sucio por detrás (para incomodarme y distraer mi atención) mientras otro error de la naturaleza me bolseaba por delante. Alcanzo a ver sus manos salir de mi bolsa en el último nanosegundo del atraco cuando dos ojos -firmes pero vacíos, como los del ganado vacuno recién aniquilado- me imponen la resignación. Su compinche confirma la amenaza sometiéndome con su cuerpo contra el del primero.
"Estos entes del pueblo y sus actos mediocres", pienso.

Tercer movimiento: Wake me up when november ends
(Arabbiatto sostenuto)

Luego de que el vagón rebosante me escupiera en la siguiente estación para corroborar el robo de mi celular y cartera, comienza el luto por las verdaderas pérdidas: la de la foto de mi sobrino, aquella carta de amor que alguien dejó una vez sobre mi parabrisas y el placer que me causaba el color verde tornasol de mi cartera; la del tiempo que deberé desperdiciar en el teléfono para cancelar mis tarjetas, en fila para tramitar todas mis identificaciones y en traslados para recogerlas cuando estén listas; la de mi cédula del RFC enmicada y con mis datos de facturación escritos al reverso, todo el dinero que no traía, los números telefónicos que recaudé pacientemente a lo largo de siete años y el papelito donde se leía el presagio más hermoso que salió jamás de una galleta de la suerte. Sobre todo, y hablando muy en serio, me dolió perder los mensajes de texto que había decidido conservar en mi celular en mi afán de atesorar cualquier referente tangible de los imaginarios efímeros que no van a volver.
"Estos seres del mundo y nuestros apegos inútiles", pienso.

Cuarto movimiento: So don't worry, about a thing...
(Adagio ad libitum)

... cause every little thing, is gonna be alright.

noviembre 03, 2008

Un par de certezas


Del libro marrón. Agosto 1, 2008.

La adultez me llega tarde y, con ella, la vida me entrega un par de certezas que -con un poco de tacto- bien podría habérmelas reservado para después:
  • Que todas las pasiones (sobre todo las que suscitan entre sí las personas) son transitorias
  • Que estamos condenados a la continua mutación de nuestra caligrafía, no importa cuánto apego hayamos llegado a sentir por ella
  • Que para cuando la mente empieza a volverse madura el cuerpo ya lo está demasiado
  • Que todos los personajes de nuestro sueño cambiarán de máscara
  • Que la misma Eileen es sólo un personaje que interpreto todos los días por no variar... aún sabiendo que podría
  • Que no hay peor lucha que la que no se hace
  • Que no hay peor hecho que el que no es lucha
  • Que, eventualmente, el loco que hemos confinado a nuestros adentros terminará por arrancarse la camisa de fuerza
Que la llegada de la adultez es, vez con vez, tan sólo un vulgar simulacro.

octubre 21, 2008

The Bedroom



"Innocent imitation
of how it would be
if when the music ended,
you did not retreat"
- Parallel Lines, Kings of Convenience.

No tengo tiempo para detenerme a pensar cómo sucedió, pero sucede que aquí estamos.

Llevo un rato sentada en tu cama, como ayer pero distinto. En un universo donde el espectáculo es tu abrazo se siente como estar en primera fila. No, todavía mejor: es algo así como ser dueño de un palco. Sonrío.

No puedo acordarme sobre qué hablábamos antes (antes de "esto"), siempre fue menos importante que disfrutar el mero hecho de compartir un momento contigo... pero ahora, en pleno ejercicio fallido de la memoria me interrumpe la necesidad de deliberar si se trata o no de un sueño.

Te levantas para traer el té y a la vista de tu espalda me olvido de mis estupideces oníricas y me asalta la urgencia de hundir mis dedos en tu pelo; despacio, haciendo surcos que suban desde tu cuello hasta sostener tu nuca en el hueco de mi mano. A veces me arrojo a mis fulgores demasiado tarde. ¿Cómo hago para contener el esplendor de este instante inverosímil antes de que termine de escurrírseme entre los dedos?

Saco la Moleskin. Cualquier título sirve para inaugurar el recipiente.

The Bedroom

En un envase de palabras debo reunir los pedazos, anudar la confirmación de la vigilia con las instantáneas que hoy me lleve y revelarlo todo junto sobre el papel más tarde, cuando ya estés lejos. No sé de qué platicábamos antes de haber empezado a soñar(nos) pero en mi prisa casi me permito desear que hubiéramos hablado menos de nada y más de todo lo que me gustaría saber de ti y hoy deberé inferir de este espacio que aún habitas.

Rojo + negro. Contrastes increíbles…

Todavía no vuelves de la cocina pero ya te miro, te estoy mirando a través de tu habitación, sabia alianza de orden y espontaneidad. Ya comienzan los objetos a silbar tus colores desde todos lados.

… y si no lo escribo se me olvida.

Ese tubo que repta sobre el muro rojo estaba muerto antes de que lo pintaras de negro. Ah, así que ahí colgaste la campana que me describías, esa que canta un tono agudo y largo cuando la besa el viento. Colocaste sobre la pared imágenes de animales como quien colecciona nostalgias infantiles... Es por detalles como estos que me gustas tanto. Quiero aprender a encontrarte en ellos porque tú ya vas de salida y yo a penas voy llegando.

Vuelves con tu paz, la jarra humeante y sendos recipientes diminutos. A tu silencio y sin mirarte respondo “perdón, es que si no lo escribo se me olvida”. Tú vuelves a no decir nada; sé que estás ocupado estudiando mi boca con tus ojos amarillos. “Quisiera llevármelos y que me lleven”, pienso.

Una sobreabundancia de energías libres y, sin embargo, dominadas.

Estás sirviendo el té. Levanto la mirada.
Me sonríes. Me inundas.
Te devuelvo la sonrisa y se suavizan las líneas de tu rostro.

Te sientas en la cama y bebemos. No dejo de mirar de tu cuarto todos los detalles. Cada imagen invoca una nueva pregunta. Pienso en el texto que voy a escribir luego (el texto que escribo ahora), en que habré de deducir de cada frase sin sentido todo lo que sí sentía y no tuve tiempo de registrar en tres minutos. Nos acostamos bocarriba y dices: “Ya viste? Estás vestida de negro con rojo. Es como la contraparte de mi pared, roja con negro”.

Él no lo sabe, pero lo intuye.

Me incorporo y retomo la escritura para poder seguir viéndote de reojo, garabateando cualquier cosa con tal de no romper este idilio que mantengo con tu curiosidad. No sé si juegas también pero en lugar de interrumpirme te levantas de la cama, tomas la pipa del buró y sales al balcón sin decir una palabra.

Vacía despreocupado la ceniza que quedó en la pipa.

Miro tu nuca y pienso en no olvidarme de escribir que, mientras miraba la curva de tu nuca, también pensaba en no olvidarme de escribir que miraba la curva de tu nuca. Estudio tus libros con recelo. Los envidio por cada caricia que tus dedos regalaron a sus páginas, porque saben cómo se llama ese color que guardan tus ojos (sé que tiene un nombre pero no lo recuerdo), por tener asientos de primera fila....

Y así, en la observación, por fin lo comprendo: soy una extraña en el paisaje de tus lugares más íntimos. Sólo un espectador de tu espectáculo.

Tomo notas mentales del gesto de tu hombro derecho cuando golpeas la pipa de madera contra la maceta, y el tacto de tu pelo... ¿Cómo conservo el tacto de tu pelo?

Se me acaba el tiempo...

A ojos cerrados imprimo en mi memoria el aroma del té que habla de arroz con mi nariz, guardo la imagen de su vapor que se confunde con el calor que se siente aquí adentro y el gusto del sake que a varias semanas, y a diferencia de otras cosas, consigo restaurar casi íntegro sobre mi lengua.

Te das media vuelta. Aún sin que te mire me pones nerviosa.

Me mira de reojo, sonríe.
Sonrío.

Ya no sé qué escribir para robarle otro segundo a este momento sagrado que se extingue, como las hojas dentro de la pipa en un aliento compartido.

Fuma.

Te quedas de pie frente a mí. Desde mi palco decido no buscar tus ojos, sólo tomo la pipa,

Fumo.

pero tú buscas mi boca. No te importa que yo esté escribiendo, seguro vas a besarme...

Me besa.

Me estás besando.
En el beso intercambiamos algo más, efímero y etéreo. "Quisiera llevármelo y que te lo lleves", pienso. No quiero despertar pero ya el telón cae sobre nosotros. A veces mis fulgores se extinguen demasiado pronto.

Me besa.
Dejo caer la pluma sobre la libreta.

octubre 09, 2008

Ineludible



"It might not be the right time
  I might not be the right one
  but there's something about us I want to say
  cause there's something between us anyway

  I might not be the right one
  it might not be the right time
  but there's something about us I've got to do
  some kind of secret I will share with you"

septiembre 29, 2008

Trapos al sol


Años atrás me habría sonrojado al reconocer que soy intrusiva (curiosilla, digamos) pero con tanta nueva desviación poniéndose de moda hoy no me causa mayor conflicto admitir públicamente mi pasión por el morbo.

Muy temprano, creo que en prepri (desde niña empecé a esquivar la imposición del “bien” sobre el “mal” que tanto daño le ha hecho al mundo), inauguré mi carrera de morbosa cuando alcé mi falda de manera intermitente ante los ojos perplejos de mis compañeros cincoañeros para que dejaran de adivinar -de una vez por todas, carajo- de qué color eran mis calzones.

Fue un acto por demás espontáneo: primero porque no todos los días surgen oportunidades de calidad para sacar a orear al exhibicionista que vive dentro de uno, y después porque tampoco pude aguantarme las ganas de incitar los pudores recién estrenados de mis coetáneos. Los inocentes no sabían qué hacer con tanto desembarazo y se debatían entre agarrarse los cachetes invadidos de sangre, correr a decirle a la miss o taparse los ojos con los dedos estratégicamente separados en un gesto innegable del morbo infantil. Así me descubrí embonando en una subcategoría un poco menos cívica: Peor que una morbosa ordinaria, yo soy morbosa del morbo ajeno.

El misterio de mis prendas íntimas (y, por lo tanto, el disfrute de la experiencia iniciática) fue breve. Al correr de pocos días el experimento ya había arrojado dos hipótesis: que todos mis calzones eran blancos o -peor- que todos los días me ponía los mismos calzones. La urgente necesidad de encontrar un ritual sustituto se apoderó de mí como alma sin cuerpo… misma que con el tiempo fue desechando frustraciones y entendiendo de latencias.

Los tendederos sólo empezaron a llamar mi atención casi una década después, cuando para asombro de todos Doña Teté mandó poner una celosía sobre el techo de su casa, a la entrada de la colonia. Después de todos esos años de intemperie no podía acabar de entender cuál sería su urgencia, su repentina necesidad de una pared de ladrillos huecos que disimularan las hilerotas de ropa húmeda que coronaban su casita de un piso desde que empecé a acumular recuerdos.

¿Para qué sirve, si al reconocerse incómoda sobre la necesaria exposición de la lavandería recíen hecha no hacia más que renunciar a la anonimidad platónica que gozaba la fila de chicheros desvarillados que hacían graciosas volandas desde su azotea todos los miércoles? ¿Para qué, si ese muro que no es muro consigue lo mismo que una blusa con escote (en lugar de tapar, invita a asomarse)? ¿Para qué, si –en todo caso- poner una celosía salía más caro que pagar el enganche y la mitad de las mensualidades de una secadora de ropa del Elektra?

Luego de darle varias vueltas al asunto, mi reinaugurado sentido del morbo reveló la única respuesta lógica: todavía existen valientes, fundamentalistas irreductibles que se resisten a perder su derecho al exhibicionismo en manos de Mabe, Whirpool y otras tecnologías del secado pudoroso.

Me gustan los tendederos porque cada prenda limpia grita al viento la autobiografía no autorizada del ser humano que con ella se vistió; porque la ropa sucia se lava en casa pero no se ha inventado un detergente que elimine de los textiles expuestos (cansados de tanta reincidencia y doblés) las primeras y reveladoras transparencias. Porque las faldas, fondos y camisas de todas las tallas que ponemos a ondear ante el implacable escrutinio del ojo ajeno nos desvisten de las pretensiones que pretendemos a través del acto del vestido, revelando con cada mancha indeleble la memoria de nuestros vicios y costumbres recurrentes, de otra manera, privados.

La siguiente es una oda visual a aquellos audaces revolucionarios de la lavandería que siguen ejerciendo el acto libre y voluntario de convertir su línea de trapos húmedos en camaleónico estandarte... si bien sólo para reconciliarse con este mundo de morbosos recíprocos en donde, a pesar de nuestro empeño por sentirnos diferentes, acabamos convergiendo en nuestros hábitos más percudidos.

Al final, todos andamos enseñando los calzones.


“María perdió su virginidad entre las sábanas.
Nunca volvió a encontrarla.”
-Barcelona, España.


“Campioni del mondooooooo!”
-Nápoles, Italia.


“Tal vez acabando de pagar la boda de nuestra quinta hija nos alcance para la tele”
- Dubrovnik, Croacia.


“Nino tiene ‘pesadillas’ cuando duerme.
Su Mamá, cuando Nino se levanta.”
-Venecia, Italia.


“Madre soltera busca trabajo de medio tiempo
para poder comprar pañales desechables”
- Rijeka, Croacia.



Sunset Dryclean
-Torrelodones, España.



“La solterona del segundo no ha perdido las esperanzas”.
-Guanajuato, México.



“A la esposa del regente le huelen los pies”.
-Vrsar, Croacia.



Indicazioni: Lavare. Appendere. Vestire. Vivere.
Sporcare.
Ricominciare.
-Venecia, Italia.


Fotografía: Carmine Savarese y Eileen Morán