julio 25, 2008

One hundred matches


La ventaja de esconderse de uno mismo en la esquina más oscura de la propia sombra es que, en el núcleo de la negrura, cualquier destello es suficiente para perforar su cálido cobijo de anonimato de un solo golpe.

Para tenderse una trampa y eludir el regocijo del propio morbo, resulta conveniente tener siempre a la mano algún objeto (tangible o intangible) capaz de evocar esa luz que se nos extravió; es decir, hace falta adueñarse de algún souvenir que, aún en la peor de las oscuridades, produzca la evidencia de que allá afuera -del otro lado del grueso muro y a pesar de todo- sigue existiendo la claridad del día.

(No sabemos de dónde chingados sale ni cómo le hace para perseverar pero ahí sigue; ahí ha estado siempre).

Y bueno, es cierto que esos tenues y efímeros destellos no dan para enterarte dónde está la salida (a nadie puede bastarle la tímida y frágil llama de un cerillo para guiarse a través de la caverna), pero lo interesante es que la luz que contienen siempre será suficiente para mirar el propio rostro en el espejo.

Hoy quemo uno a uno mis fósforos; mostrando(me) mis oscuridades y librando mis batallas interiores con la esperanza de parecerme más al ser de carne y hueso que se esconde detrás de estas letras. Quién sabe; en una de esas me reconcilio con mi sombra y la convenzo de que sea ella misma quien me guíe de la mano hasta la salida.

2. Me cuesta trabajo predicar con el ejemplo.
3. Soy buenísima encontrando excusas para justificar mi desidia.
4. No sé comer sin picante.
5. Me río de cosas que nadie más consideraría graciosas
6. y para no sentirme tonta elijo pensar que la mayoría de la gente no entiende las capas más profundas del humor.
7. He descubierto que en realidad no es que tenga una manera exótica y muy individual de definir el orden; simplemente soy desordenada.
8. También muy necia
9. e irremediablemente impuntual, pero no lo hago a propósito
10. (sospecho que está en mis genes).
11. Tengo pésima memoria para los nombres de las personas, las calles y las cosas
12. y para todo lo demás también...
13. ... menos para detalles, aromas y hechos insignificantes que, después, yo soy la única que recuerda sin saber bien cómo ni por qué.
14. Nunca he ganado ninguna rifa, trivia, tómbola o sorteo de ningún tipo.
15. Duermo con una guarda entre los dientes para evitar que el rechinido nocturno de mi mandíbula termine de destruir lo que queda de mis cúspides molares.
16. Digo muchas groserías
17. (pero las uso de manera creativa, lo juro),
18. sobre todo cuando voy manejando,
19. porque el tráfico me pone de muy mal humor.
20. Cuando era muy niña, mis papás no quisieron inscribirme en la escuela para niños de desarrollo avanzado que sugerían mis maestros, porque prefirieron que tuviera una "vida normal"...
21. ... y, cada vez que pienso en el "hubiera", todavía les guardo un secreto y absurdo rencor por eso.
22. Soy obsesiva de la gramática, la ortografía y la semántica,
23. pero me CAGA que disfrutes corrigiéndome, smartass.
24. A los 22 tenía encima once kilos de más.
25. A veces creo que ciertos rencores son irreparables,
26. y ni así pierdo la esperanza de que dejen de serlo.
27. No sé hacer divisiones,
27. mucho menos raíces cuadradas...
28. ...y de los porcentajes mejor ya no digo nada.
30. En la universidad tuve que repetir cada una de las materias que involucraban el dominio de alguna operación matemática (menos estadística,
31. porque le lloré a la maestra desde el primer día de clases para que me pasara, y funcionó).
32. Las uñas me crecen a una velocidad preocupante,
33. pero más preocupante es mi desidia para cortármelas de manera oportuna.
34. Me incomoda estúpidamente saber que somos engranes del capitalismo y estamos condenados al consumo irreflexivo
35. pero compro más productos de baño de los que realmente necesito.
36. Cuando veo televisión no puedo evitar sentirme un poco mediocre.
37. No sé usar los palitos chinos.
38. En plena pubertad abandoné la música (y, con ella, mi sueño de dedicarme a la composición) porque creí que era la mejor forma de castigar a mis padres.
39. Hoy, tener tanta música en la cabeza y no saber cómo comunicarla me llena el cuerpo de ansiedad.
40. Gastar en estacionamiento me irrita como pocas cosas
41. pero la realidad es que de todas formas acabo gastándome el dinero en pendejadas.
42. Hay muchas cosas que no me gustan de mi Papá
43. pero son justo las cosas en las que me parezco a él.
44. Tengo el pésimo e incómodo hábito de buscarle el lado espiritual a todo.
45. A veces digo que sí cuando debería decir que no, nada más por no decepcionar a Freud.
46. Todos los días lucho contra mi absurdo apego emocional a los objetos de todo tipo,
47. pero recientemente he ganado todas mis batallas.
48. Soy muy perseverante,
49. pero tengo poquísima tolerancia a la frustración.
50. A veces ignoro mi intuición con alevosía y ventaja.
51. Soy analítica ad nauseam
52. y, para rematar, tengo el mal gusto de elaborar mis chaquetas mentales en voz alta.
53. Según Vivian (mi terapeuta y ángel de la guarda) la raíz de gran parte de mis dolencias es que mi alma se resiste a asumir su existencia material,
54. lo cual explica también que me cueste tanto trabajo vivir en el aquí y ahora
55. o que frecuentemente me escape con la mente a tiempos más felices o futuros idealizados y, sobre todo, improbables.
56. No me gusta que me despierten.
57. Soy morbosa del morbo ajeno,
58. es decir: amo presenciar el karaoke, la gente que rueda por las escaleras y demás formas de ridículo general,
59. pero también odio sentir pena ajena.
60. Me paso los altos siempre que es factible.
61. Cuando no es factible me los paso sólo a veces.
62. Me cuesta trabajo fingir que alguien me cae bien o que me divierte su compañía cuando no es verdad,
63. pero cuando me lo propongo lo logro.
64. Padezco de un sentido del humor sumamente negro.
65. A veces no sé reconocer cuando alguien me quiere de verdad
66. porque sigo esperando que me lo demuestre en la manera que a mí me gustaría más.
67. Me cuesta trabajo perdonarme mis errores.
68. Recientemente me volví alérgica a las avellanas.
69. Me gusta demasiado el sexo.
70. Le tengo muy poca paciencia a mi mamá.
71. Cuando digo que soy necia, lo digo en serio.
72. No me gusta hablar por teléfono.
73. Me cuesta mucho trabajo ahorrarme los consejos no solicitados.
74. Medito mucho menos de lo que debería.
75. Me da flojera desmaquillarme.
76. No he hecho ni el 80% de las cosas que quiero hacer con mi vida
77. porque tiendo a pensar que tengo mucho tiempo.
78. Me caería bien un poco de disciplina.
79. Confío prematuramente en la gente,
80. y de quererla prematuramente ni hablemos;
81. no en vano me siento permanente e irremediablemente vulnerable.
82. No le tengo miedo a la muerte,
83. pero me aterran mis talentos.
84. Por ejemplo, me compré una guitarra que no he aprendido a tocar
85. y he dejado todos y cada uno de los trabajos que me han hecho feliz porque me persigue la idea de estar perdiéndome de algo mucho mejor.
86. No me doy chance de ser tan tímida como realmente soy
87. porque, en el fondo, pienso que la timidez viene del miedo... y estoy cansada de tenerme miedo.
88. No sé dibujar, pero envidio infinitamente a quienes sí saben.
89. No como mariscos,
90. carnitas,
91. ni barbacoa
92. o cualquier otro platillo que todavía tenga ojos, patas o piel; o que provenga de las entrañas de un animal.
93. De niña no me gustaba que mis amigas me invitaran a comer a su casa porque no podía soportar la idea de una posible tortura a mi paladar
94. (o, mejor dicho, a mi cerebro).
95. Anoto todo en mi agenda,
96. pero jamás la reviso.
97. A veces soy mi peor enemiga,
98. y otras, mi única amiga verdadera.
99. Me quito los zapatos en los lugares más inapropiados
100. y, a estas alturas, sigo estando segura de que ignoro mi propia ignorancia.

(fade a negros....)

julio 15, 2008

El sueño del hombre


El astro ausente proyecta su sombra sobre un cielo que sugiere nuevas negruras. Sólo entonces me permito asomar la mirada -cada vez menos tímida- al precipicio delante mío. No es en realidad tan profundo ni tan incierto, sólo un poco oscuro, que ya es bastante.

Los párpados marcan la hora y conscientemente clausuro el estímulo para dar paso al anhelado desengaño de la vigilia. Al pasar de unos minutos, inicio el trayecto revisando en retrospectiva las últimas escenas de la jornada hasta que los diálogos se antojan ensayados, cuidadosamente (des)ordenados por el azar de una baraja que no se equivoca. Controlo la temperatura del agua con mi cuerpo inmóvil y siento el trazo del río dar media vuelta sobre sus paradojas.

Segundos como minutos. Líneas como un libro. Sensaciones etéreas, como el sueño sobre el cual me posan tras la caída que mi memoria ha aprendido a amortiguar hasta convertirla en un delicado descenso que me deposita, mágico y sutil, en los lugares menos pensados. Mi conciencia desciende de su vehículo y repta sigilosa entre sus sombras; encubierta, a hurtadillas, atenta de no activar los mecanismos evitar la sorpresa burlar sus propias trampas recuperar el libre albedrío.

Atisbos de un orden superior siembran de nuevo la sospecha, obligándome a buscar en las miradas una contraseña: el recordatorio de la ruta que recorrí la última vez que estuve aquí. Un pez roza mis tobillos, me invita a sumergirme con él en el azul del cenote y sólo entonces comprendo que ya he atravesado el umbral.

Al primer golpe de vista los colores recuperan todo su brillo. Reestreno mi tacto en los cabellos de Chris, que canta bocarriba. Pambo trae unos lentes gigantes. ¿Emilie? No, Ailamy. Marifi se pone una semilla triangular en la nariz y ríe. Franz looks at me, dressed in red, and tells me something I can't quite understand. Iñigo sube de prisa las escaleras.

Escucho risas, resuenan voces (propias, ajenas y propias y ajenas) que pronuncian por primera vez el nombre de las cosas: objetos objetivos sujetos a subjetividades de esas que son inevitables, como todas. Aves que vuelan, voces que dicen, exámenes que repruebo y personas que (no) me reconocen. Mi cuerpo que no es el mío, sino el de mis sueños. También mis pies... y Emilie. Sí; es Emilie cuando era niña, y mi abuela que guisa los aromas de siempre, que me devuelve los sabores. Me entrega una cuchara y nos miramos. Ella sabe que yo sé. Yo sé que ella sabe.

La tetera rasguña con su grito metálico la superficie del silencio y pasa reporte de la intrusión a los oídos infértiles de mi ego. Activa mi juicio sus resortes y vuelvo de golpe a mi cuerpo.

Aún conserva mi piel la sensación del agua y no recuerdo nada, pero lo sé todo. Para consolidar el regreso reúno en el libro palabras cortas, adjetivos que describen sonrisas tenues y miradas que no tienen ojos, que sólo miran. Espejos, espejismos; realidades intangibles. Paradoja.

Antes incluso de terminar la escritura ya estoy de regreso en el sueño del hombre: duermo, pero no me entero.

A veces, entre paisajes, lejos del abismo, encuentro en las miradas la dichosa contraseña y detecto de las formas el error, la coincidencia pasada por alto y, sin saber bien para qué, los desmenuzo... si acaso sólo por ejercitar la pantomima, por imaginar que descubro a quién pertenece esa manga que nunca se queda corta de Ases... para encontrar el truco detrás de la verdad. Para soñar despierta que en sueños despierto.

Ese instante de luz que se desvanece me sobrepone del vértigo y vuelvo a posarme, convencida y en silencio, sobre el oscuro de la noche, sobre la tinta del precipicio que no es tan profundo ni tan incierto... sólo condenado al certero azar de la baraja.

Sólo oscuro, que ya es bastante.



julio 06, 2008

Haciendo tierra


Cuando por fin se reconoce la grieta en el casco de la nave y el único suelo conocido se atraganta de mar, siempre resulta conveniente olvidarse de la bitácora. 

Todos estos meses de ayuno semántico nunca me parecieron un síntoma hasta que di dos pasos hacia atrás y lo miré en conjunto con los demás: la palidez interior, mi temor al poder que siempre han tenido sobre mí las palabras, la incongruencia irreparable y las manos que de tanto no escribir se convirtieron en dos puños que no servían más que para jalonear la mordaza. 

La neta es que me negaba a inaugurar el blog desde la turbiedad que sucede a la catástrofe y, para hacer algo de tiempo, me entretuve en desahogar la embarcación a cucharadas. Así, en la mediocridad del silencio atravesé por todas las muertes: la de Gaia (que de otra manera podría estar emergiendo de mi cuerpo justo hoy), la del mejor de los amigos y el peor de los socios, la del único abuelo que tuve. Creo que ni siquiera he escrito sobre la Abichuela Mágica que ahora cultivo yo sola (y que me enseña algo nuevo casi siempre por las malas) o sobre el Perro y el vínculo que me une a Gion por encima de la consanguinidad; sobre Vivian, mis uñas rojas y mis sueños (tras)lúcidos...

Sobre cómo desde ese lugar tan hondo adentro mío hacia el cual me aventuro, hoy por fin retomo la crónica... que no es la del barco que se hundió sino la del náufrago, que nada -esperanzado- hacia la orilla.