octubre 20, 2010

Come on! Eileen??

“Our mothers cried and sang along and who'd blame them.” /-Dexy’s Midnight Runners

Todos tenemos un nombre. Uno que no escogimos.

Un buen día superas el babeo, el gateo y el balbuceo y despiertas a tu conciencia para enterarte de que alguien más ya ha hecho un decreto verbal y escrito sobre lo que eres. Soledad, Esperanza, Dolores, Consuelo. Ni terminas de resignarte a la mudanza del vientre materno para asumir tu individualidad cuando ya ha sido condicionada para siempre por quienes te arrastraron al reino de la materia (con lo calientito que se está del otro lado).

Victoria, Tranquilino, Calvario, León. Alguien ha asignando un conjunto de sonidos sólidos, significados ambiguos y letras para predestinar un curso cuya creación debería corresponderte.

Santo. Justina. Primitivo. ¿En qué están pensando algunos padres cuando lanzan en nombre de sus hijos este tipo de conjuros? Empiezo a sospechar que la mayoría lo hacen dormidos; ni siquiera están pensando.

Emilio dice que el mío lo leyeron en los créditos de una peli cuando Sara Luz todavía no me daba a luz, pero para la niña de 5 años que aprendía a escribir, la anécdota cinematográfica sobre el origen de su nombre sólo servía para justificar glamorosamente a sus padres por haberle complicado la vida de a gratis. Uno de mis primeros recuerdos es el trabajal que les costó hacerme entender que la maestra del kinder no era idiota, sino que mi nombre, por alguna inexplicable y ociosa razón, no se escribe con las mismas letras que se usa para pronunciarlo.

“Pero qué necesidad”, decía Juanga, nunca en vano.

Tampoco es como que Sara Luz haya hecho algo para impedirlo; luego de heredar el nombre de una abuela que para ella sólo tuvo terrorismo emocional, se prometió no endosar a sus hijas ninguna identidad ajena, mucho menos la propia. ¿Por qué entonces permitió ese nombre en mi nombre? Tratando de que me respondiera esta pregunta descubrí bien temprano que algunas decisiones encuentran su sustento más firme en el poder justificativo de una buena anécdota.

Pero a ver, Sara Luz no lo hizo sola. Hablemos de Emilio.

Podríamos decir que quien recuerde al protagonista de Big Fish y su talento para contar recuerdos cimentados en ficciones básicamente conoce a mi Papá. Crecí preguntándome cómo se las había ingeniado para surcar los siete mares como chef de un barco, anotar los más grandes goles en su brevísima etapa de futbolista profesional, inventar los mejores cortes en su carnicería y, entre una cosa y la otra, ser papá de cuatro niñas. Ficciones salpicadas de realidad: el caldo de infancia que me alimentaba las sonrisas.

Muchas crónicas después, los orígenes hollywoodenses de aquella historia primigenia sobre mi nombramiento deben haberlo aburrido, porque un buen día enfrentó mi pregunta recurrente con un relato sobre nuestros antepasados granbritánicos (yo creía que eran españoles) con quienes coincidía en dos cosas: en que habíamos de honrar la cultura originaria y en que no existían nombres de pila tan flamboyantes como los celtas para acompañar nuestro apellido irlandés antiguo… dato que, si me preguntas, sigue siendo insuficiente para decidirse a bautizar a una niña mexicana con un jeroglífico arcáico que habría de deletrear cotidianamente tres veces por día. Ya si estaban clavados con lo foráneo de menos podrían haberme puesto un nombre Beatle, como el de Michelle, mi hermana mayor, afrancesado como el de Emilie, la menor, o más intuitivo, como el de Leslie, la de enmedio.

Más que por mí, lo siento por los cientos de recepcionistas, representantes de ventas, empleados gubernamentales, gerentes de atención al cliente, familiares políticos, maestros y baristas de Starbucks que han tenido que vérselas con la escritura y pronunciación del nombrecito. Mi credencial del asturiano, por ejemplo, tiene un error tipográfico desde que me acuerdo: doble ene en vez de doble “e”. Esos pinches gachupos son lo suficientemente conservaduristas para que el papeleo del cambio legal de nombre me resulte más atractivo que el de la corrección del desafortunado typo. Putos.

Hace no mucho tiempo, mientras rumiaba mis casos perdidos en voz alta sobre la cama de Sara Luz -quien padece, sin saberlo, de un sofisticado caso de narcolepsia-, aproveché su primer síntoma para transformar el esplendor del ocio de un domingo cualquiera en otra de mis cruzadas fetichistas para descubrir por qué coños me habían puesto así.

- Sara (a mí sí me gusta su nombre), ¿por qué me pusieron Eileen?”

Abre un ojo. El otro parece tenerlo engrapado.

- No sé, nos gustó.

Aprovecho su evidente somnolencia para infiltrarme en su subconsciente con la astucia que el mejor de los DiCaprios sólo podría haber soñado.

- Pero a ver, trata de acordarte. ¿Por qué ese nombre? ¿Cuáles eran las opciones?

Gruñe. Se reacomoda.

- No me acuerdo. Te decíamos “la nena”.

-¿Cómo? ¡¿CÓMO?!

- Sólo por unos meses, mientras nos decidíamos.

El clímax del horror. Hasta los cachorritos en adopción de los powerpoints que mandan las señoras por mail vienen bautizados, pero yo, yo llegué al mundo en el puto anonimato. Podría jurar que en ese momento las Virginias, Dolores y Soledades del mundo tuvieron un simultáneo ataque de risa burlona. Uno como sea, pero… ¿y la nena?

Por primera vez en años, “Eileen” me sonó a Consuelo, a la "Luz" contenida en la etimología del nombre celta que me definirá mientras tenga conciencia y que, bendito dios, por lo menos no tiene diminutivo. Al final, sin querer queriendo, Sara Luz terminó poniéndome su nombre... or not.

He dejado de indagar. Me contenta que a ninguna Justina le han escrito una canción.

“Eileen I’ll hum this tune forever.”

julio 18, 2010

Master commands.



- "Rumora el batallón que fue usted quien produjo la flatulencia, Coronel".
- "Nada de eso, fue este cabrón que está a caballo."
- "¡A callar, subordinados! Y usted, Coronel, jáleme inmediatamente el dedo."

abril 11, 2010

Del sol y el pelo largo.



Primavera.
El amor en los tiempos de la Jacaranda.
La sonrisa y el silencio, el arte en los ojos, el transcurrir de las horas.
El sol y el pelo largo en plena conclusión de una semana inverosímil.

Danza descalza y techno dominguero a cargo de Matías Aguayo, en la serena terraza del MUAC.
















febrero 01, 2010

Dos sabios



Escribir un texto por encargo de mi hermana para leerlo en su boda no era chamba fácil para mi frágil caparazón emotivo. La inspiración se me escurrió de entre las manos durante semanas. O bueno, en realidad era yo quien me le escondía; no estaba lista para sentarme a sentir nada al respecto. Sólo unas horas antes de la boda encontré la calma y el desasosiego necesarios para poner en papel mi mejor augurio. Así quedó, y lo leí en voz alta durante la ceremonia de unión espiritual de Leslie y Damián el sábado 30 de enero de 2010.

Rumbos paralelos, dos anzuelos en un mismo río.

Coincidir. Conversar. Converger.

En nuestra incredulidad, seguimos preguntándonos cuál es la sustancia invisible que une a dos seres en uno solo, cuando no es más que corazón y contraseña.

Cómplice. Contrincante y Coautor.

Antípoda propia cuyo enigma hace sentido. Reflejo a veces grato, a veces incómodo, pero al ser siempre certero es siempre verdadero.

Contradecir o Complacer. Convencer o Comprender. Conciliar.

La intención mutua y simultánea de vencer cualquier inercia individual a favor de un vínculo que se ha vuelto imprescindible.

Compromiso. Constancia. Conciencia. Congruencia.

La amistad incondicional de dos niños, dos sabios, dos amantes que habiéndose ya elegido se han dispuesto a correr el riesgo de volver a elegirse. Las veces que sea necesario.

Compañeros.

Cómplices.

Cónyuges.

Que lo que hoy une el hombre no haya Dios que lo separe.

P.D. Está de más decir que todos lloramos como señoritas.