septiembre 29, 2008

Trapos al sol


Años atrás me habría sonrojado al reconocer que soy intrusiva (curiosilla, digamos) pero con tanta nueva desviación poniéndose de moda hoy no me causa mayor conflicto admitir públicamente mi pasión por el morbo.

Muy temprano, creo que en prepri (desde niña empecé a esquivar la imposición del “bien” sobre el “mal” que tanto daño le ha hecho al mundo), inauguré mi carrera de morbosa cuando alcé mi falda de manera intermitente ante los ojos perplejos de mis compañeros cincoañeros para que dejaran de adivinar -de una vez por todas, carajo- de qué color eran mis calzones.

Fue un acto por demás espontáneo: primero porque no todos los días surgen oportunidades de calidad para sacar a orear al exhibicionista que vive dentro de uno, y después porque tampoco pude aguantarme las ganas de incitar los pudores recién estrenados de mis coetáneos. Los inocentes no sabían qué hacer con tanto desembarazo y se debatían entre agarrarse los cachetes invadidos de sangre, correr a decirle a la miss o taparse los ojos con los dedos estratégicamente separados en un gesto innegable del morbo infantil. Así me descubrí embonando en una subcategoría un poco menos cívica: Peor que una morbosa ordinaria, yo soy morbosa del morbo ajeno.

El misterio de mis prendas íntimas (y, por lo tanto, el disfrute de la experiencia iniciática) fue breve. Al correr de pocos días el experimento ya había arrojado dos hipótesis: que todos mis calzones eran blancos o -peor- que todos los días me ponía los mismos calzones. La urgente necesidad de encontrar un ritual sustituto se apoderó de mí como alma sin cuerpo… misma que con el tiempo fue desechando frustraciones y entendiendo de latencias.

Los tendederos sólo empezaron a llamar mi atención casi una década después, cuando para asombro de todos Doña Teté mandó poner una celosía sobre el techo de su casa, a la entrada de la colonia. Después de todos esos años de intemperie no podía acabar de entender cuál sería su urgencia, su repentina necesidad de una pared de ladrillos huecos que disimularan las hilerotas de ropa húmeda que coronaban su casita de un piso desde que empecé a acumular recuerdos.

¿Para qué sirve, si al reconocerse incómoda sobre la necesaria exposición de la lavandería recíen hecha no hacia más que renunciar a la anonimidad platónica que gozaba la fila de chicheros desvarillados que hacían graciosas volandas desde su azotea todos los miércoles? ¿Para qué, si ese muro que no es muro consigue lo mismo que una blusa con escote (en lugar de tapar, invita a asomarse)? ¿Para qué, si –en todo caso- poner una celosía salía más caro que pagar el enganche y la mitad de las mensualidades de una secadora de ropa del Elektra?

Luego de darle varias vueltas al asunto, mi reinaugurado sentido del morbo reveló la única respuesta lógica: todavía existen valientes, fundamentalistas irreductibles que se resisten a perder su derecho al exhibicionismo en manos de Mabe, Whirpool y otras tecnologías del secado pudoroso.

Me gustan los tendederos porque cada prenda limpia grita al viento la autobiografía no autorizada del ser humano que con ella se vistió; porque la ropa sucia se lava en casa pero no se ha inventado un detergente que elimine de los textiles expuestos (cansados de tanta reincidencia y doblés) las primeras y reveladoras transparencias. Porque las faldas, fondos y camisas de todas las tallas que ponemos a ondear ante el implacable escrutinio del ojo ajeno nos desvisten de las pretensiones que pretendemos a través del acto del vestido, revelando con cada mancha indeleble la memoria de nuestros vicios y costumbres recurrentes, de otra manera, privados.

La siguiente es una oda visual a aquellos audaces revolucionarios de la lavandería que siguen ejerciendo el acto libre y voluntario de convertir su línea de trapos húmedos en camaleónico estandarte... si bien sólo para reconciliarse con este mundo de morbosos recíprocos en donde, a pesar de nuestro empeño por sentirnos diferentes, acabamos convergiendo en nuestros hábitos más percudidos.

Al final, todos andamos enseñando los calzones.


“María perdió su virginidad entre las sábanas.
Nunca volvió a encontrarla.”
-Barcelona, España.


“Campioni del mondooooooo!”
-Nápoles, Italia.


“Tal vez acabando de pagar la boda de nuestra quinta hija nos alcance para la tele”
- Dubrovnik, Croacia.


“Nino tiene ‘pesadillas’ cuando duerme.
Su Mamá, cuando Nino se levanta.”
-Venecia, Italia.


“Madre soltera busca trabajo de medio tiempo
para poder comprar pañales desechables”
- Rijeka, Croacia.



Sunset Dryclean
-Torrelodones, España.



“La solterona del segundo no ha perdido las esperanzas”.
-Guanajuato, México.



“A la esposa del regente le huelen los pies”.
-Vrsar, Croacia.



Indicazioni: Lavare. Appendere. Vestire. Vivere.
Sporcare.
Ricominciare.
-Venecia, Italia.


Fotografía: Carmine Savarese y Eileen Morán

septiembre 23, 2008

Kissing the frog


Últimamente me descubro descubriéndome como soy

Oyendo detrás de mis orejas
Haciendo la paz con mis ojeras
Mirándome donde no me miras
para ver de qué lado se quiebra el espejo

Adjudico el origen de este fulminante asalto de franqueza
a mis sesiones con Vivian
a las batallas libradas durante el sueño y sobre todo
(siendo desvergonzadamente francos)
a la inminencia de los treinta
que viene trotando detrás mío con el ineludible inventario
de todas mis cumbres no escaladas.

Una parte hermosísima de estar descubriéndome como soy
-y no como creía que debía ser para gustarme-
es que a la mujer de hoy la lista de objetivos no alcanzados de ayer
le importan un pimiento cuando la coteja con su lista de objetivos
por (no) alcanzar mañana.

Tengo grandes planes para mi futuro.
Dejar de pensar que puedo planearlo es el más importante de todos.

Sólo a partir de días recientes disfruto, incluso
el gesto extrañado de algún palero
que nunca creyó que en mi rostro
prematuramente ajado por cada gesto
habría espacio para la indiferencia
Que pasaría toda mi vida riéndome de sus chistes malos
y asintiendo con la cabeza
con la naturalidad de un perrito de tablero de taxista
tal como nos hemos acostumbrado nada más por no caer mal…
que no es lo mismo que caer bien, pero nos basta
porque es más fácil que darnos la oportunidad de pensar menos
y desembocar más en uno mismo.

Recientemente, me invade una insoportable nece(si)dad de crudeza

De bajarme de los tacones
De subir todos mis telones
De arrancarme las lentejuelas
para ver si mi propia luz alcanza para solventar algún destello

En la normalidad jamás me lo preguntaba
porque, no sé, pensaba que uno es como es y ya
Hoy encuentro que mi manera de ser “yo” no me hacía ser más yo
sólo más aquello que alguna vez creí que había que ser para gustarme
y la mentira se posicionó como verdad demasiado pronto.

Muy lejos de querer sorprender a nadie con mis (pre)textos
pero sí muy cerca de querer sorprenderme a mí misma
me permito dejar de poner tanta atención en la apariencia
de lo que puedan escupir mis manos sobre el teclado
con un par de certezas sustentando mi osadía…

Como saber que si mis versos no hacen rima
la gente que me quiere no va a quererme menos
(si acaso, lo único que querrán menos será leerme)
Que si besas a la princesa y te encuentras a la rana
mis verdaderos atributos permanecerán intactos
(si acaso, en el peor escenario, los estaré descubriendo)
Que, en realidad, a nadie se le ha caído la cara de vergüenza
y que no seré yo la primera porque
(siendo absolutamente honestos)
uno nunca es el primero en nada
a menos que te llames Newton
y debas explicarle al mundo cómo funciona el mundo
con manzanas.

Últimamente me descubro queriéndome como soy

Recogijándome en el morbo de tu desasosiego
cuando te sostengo la mirada
Corriendo el riesgo de no decir lo que esperas que diga
sino lo que siento
Enterándote de que me gustas
aunque ya lo hayas dicho tú primero
Y confíandole mis juicios sólo a las yemas de mis dedos
con la esperanza de descubrir, anexo a cada silencio
al menos un breve atisbo
de mi verdadera persona

La que llora en el cine,
cuando ve leones cazando en National Geographic
y cada vez que se despide de sus sobrinos.


septiembre 15, 2008

Panzarriba



Hoy debí haber hecho algo muy bien porque me dieron un extraordinario hueso de asado. Más bien, me dieron un hueso de asado de manera extraordinaria, porque casi siempre como lo mismo. Me encontraba panzarriba gozando los favores del sol, como todos los días, cuando -así de repente, nomás porque sí- llegó la más bajita de las tres y puso sobre la loza y a mi disposición un suculento pedazo de alegría. No me equivoqué cuando asumí que si estaba en mi camino claramente era para mí. Lo mejor de todo es que no necesito conocer el por qué detrás de ese hueso de asado; fue delicioso y fui muy feliz.

Unos minutos después del hueso, mientras todavía lamía de mis bigotes los últimos restos de grasa y digería placidamente sobre la cama junto con ellas, debí haber hecho algo muy mal porque la que me invitó a subir a la cama arrugó el entrecejo y, casi en seguida, las otras dos me voltearon a ver y se taparon la nariz. La más bajita de las tres comenzó a abanicarme con una almohada -con todo y que no hacía calor- y la que nunca está en la casa agitó sus brazos de arriba a abajo como espantando moscas -a mí me gusta cazarlas a la Miyagui San pero con el hocico-... sólo que en el cuarto no habían moscas. Entonces, ante mi descuido, entre aspavientos y empujones -así de repente, nomás porque sí- me sacaron del cuarto y me aventaron de nuevo al patio de enfrente.

A veces, sólo por un momento, siento pena por los humanos.

Su percepción tan limitada del mundo no los deja entender la sencillez de las cosas.
Su sistema de navegación está tan poco evolucionado que todavía depende del desarrollo del intelecto.
Su apego a lo que conocen y persiguen (es decir, a "lo que está bien") y su rechazo a lo que no conocen y evitan (es decir, a "lo que está mal") es el único método que tienen para dar sentido a sus experiencias (es decir, a sus vidas).
Incluso aprendieron a hablar porque no pudieron seguir soportando una existencia libre de juicios explícitos -ahora a eso lo llaman personalidad- y porque no se permiten la neutralidad y el silencio que hacen falta para vivir el aquí y ahora.

Tienen el instinto todo empolvado; están domesticadas, las pobres. Pero yo las perdono; no saben lo que hacen.

Qué extraños son los humanos.
Qué bien se siente la caricia del sol sobre mi espalda.

septiembre 08, 2008

Hide & Seek


Beyond watching eyes
with sweet and tender kisses
our souls reached out to each other
in breathless wonder

And when I awoke
from a vast and smiling peace
I found you bathed in morning light
quietly studying...
all the messages on my phone. 

- Banksy