noviembre 23, 2011

Finding Nina



Cuando te sientas a escribir una crónica a la que ya todo el mundo le conoce el final feliz, tienes tres opciones:

1) Embarrar de ficción toda la parte de en medio Televisa style, inventándole vericuetos y fondeando con violines todos los reveses para entretener al pueblo.
2) Hacerle a la mamada Guillermo Arriaga style cortando la historia en veinte pedazos y reinventar su cronología de manera arbitraria para entretener al seudointelectual.
3) Ir al grano y limitarte a describir los hechos para enterar a los miles de involucrados sobre cómo su ayuda hizo toda la diferencia.

Como no tengo tiempo para la segunda ni la capacidad de síntesis para la tercera, prometo no clavarme demasiado ejecutando la primera pero sin la ficción: esta historia inverosímil le sobra argumento con los hechos reales.
ADVERTENCIA: Cuando dije que no sé sintetizar, no estaba bromeando. Si solo le interesa la parte en la que Nina es recuperada el lunes 21 de noviembre, pase directamente a la sección titulada: La ráfaga.

VIDA DE PERROS
Deben saber que para cuando adopté al perrito de la calle (así le digo de cariño, en serio) a sus dos meses de edad, ya se cargaba un karma de mártir que hubiera dejado a los creadores de María la del Barrio y Buscando a Nemo pensando seriamente en dedicarse a otra cosa.

Antes de saltar de la ventanilla de un coche en movimiento el domingo 20 de noviembre, Nina ya había realizado varios stunts:

-Aplicó la gran Houdini llorando a todo pulmón hasta que la rescataron de la caja sellada donde había sido puesta a morir junto con su hermana en el basurero de un mercado de Naucalpan
-A diferencia de otros miles de perritos de la calle, se las ingenió para hacerse de un hogar adoptivo. Esta es la cara de mustia con la que me robó el corazón por correo electrónico en junio de 2009:

-Sobrevivió un temprano cuadro de epilepsia canina a los cuatro meses de vida (mismo que, déjenme les cuento, salió más caro que lo que se ha gastado el peor de ustedes en el mejor de sus guateques).
-Cuando me tuvo completamente embobada, libró las intenciones de unos robaperros de la Roma, que ya habían conseguido amarrarle las patas y el hocico cuando el poli de mi condominio llegó para liberarla (y no, no fue mi culpa. A la señora que limpiaba mi casa en ese entonces también le aplicó la gran Houdini)
-Sobrevivió con gracia una primera caída de la ventanilla de un coche en movimiento en la carretera a la Marquesa
-Logró conservar el dedo gordo de su pata delantera izquierda luego de un inexplicable accidente hace un par de meses

Por supuesto, cuando mi mamá me llamó para decirme que Nina había saltado por la ventanta de su coche, lo primero que llegó a mi mente fue “pinche cachorro” y lo segundo fue, la verdad, bastante gore.

Vi pedazos anónimos de perrito de la calle siendo aplanados reiteradamente sobre el carril central del Viaducto.
Vi a los robaperros de la Roma agarrándola para peleas caninas (porque pues, la verdad, la muchacha tiene talento).
Vi taqueros de la Narvarte adobando sus muslitos flacos y sirviéndoselos con piña y harta salsa a algún borracho.
Peor aún: vi a alguna chavorruca de la Condechi adoptándola, poniéndole moños rosas sobre las orejas y un suéter ridículo para rebautizarla con algún nombre poco digno de un perrito de la calle, como “Camila” o “Daisy”. Gore, les digo.

Lo que no vi venir para nada fueron los más de 400 RTs que iba a tener la llamada de auxilio que tardé casi una hora en redactar entre mocos, sollozos y el berrinche de todas mis pérdidas juntas.


Mucho menos imaginé la lluvia de menciones, llamadas y correos electrónicos ofreciendo ayuda, consejos prácticos, información, apoyo moral y razones para confiar en que Nina y yo, de alguna manera, nos volveríamos a ver.

LA MOVILIZACIÓN
Algunos de ustedes salieron a recorrer las calles con sus perros, sus coches, sus bicicletas y sus smartphones en mano. Otros suspendieron su puente para diseñar e imprimir flyers para tapizar las calles con la cara de Nina y los teléfonos para devolverla a su casa. Miles más retuiteaban o creaban tuits originales, subían la foto a Facebook o la usaban como foto de perfil.

Fue un tal Mario quien, también sin conocerme, decidió que valía la pena intensearle a una tal Martha por el interfón.
-Guey, hay un perrito todo sacado de pedo en tu jardinera. No se deja agarrar, está cagado de miedo. A ver si tú puedes, tú que quieres a los animalitos
- ¿Es en serio? Tamadre. A ver…

Con tres perros adoptados y medio fastidiada de tener que seguir haciéndole a la madre Teresa de Condesa porque algún hipster olvidó ponerle placa a su perro, Martha bajó a la pinche jardinera, amarró a Nina con una cuerda como pudo y la metió a su casa.

Mientras tanto, en Twitter.com, la participación organizada de una comunidad “virtual”, la empatía de miles y un par de horas pegando flyers con Claudia y Sara habían bastado para convertir la búsqueda del perro de una mortal con menos de 3,000 followers en trending topic nacional.


Claro que semejante nivel de atención tiene su precio: no faltó quien presumió habérsela comido en unos tacos, quien juró que él mismo la había atropellado o quien aseguró haberla visto a dos calles de mi casa, sacándome de la cama ya entrada la noche sólo para descubrir una pista falsa.
Para ellos tengo un mensaje: Putos.

LOS FLYERS ANÓNIMOS
Luego de una noche mal dormida decidí que si Nina estaba viva posiblemente quien la encontró no tenía Twitter ni Facebook. Tenía que poner a prueba la disposición de la gente en un nuevo nivel: los invité descargar el flyer de búsqueda, imprimirlo y salir a la calle –sin importar la zona de la ciudad- para que no quedara una colonia en el DF donde no hubiera una foto de Nina.

Después seguí haciendo lo que había que hacer sin mucha fe. “Si no la vuelvo a ver, por lo menos me hice todo lo que tocaba.” Llegué a la Del Valle a pegar flyers para descubrir que alguien había estado ahí antes que yo; alguien que jamás nos ha visto a Nina ni a mí en persona había renunciado a su día de asueto para imprimir el flyer y salir a pegarlo por la zona de búsqueda. Y ese alguien era, en realidad, uno de muchos.

Ver este flyer me puso a llorar y pensé por primera vez en la posibilidad de volver a ver a Nina. “Si un desconocido es capaz de regalarme su ayuda desinteresada por pura empatía, cualquier cosa es posible". (Trillado, cliché, sí. Pero eso fue lo que pensé).

LA RÁFAGA
Mientras tanto, en otro rincón de la ciudad, Laura cruza Avenida Chilpancingo tras haberse procurado un plato de comida de caridad, que casi siempre recibe de alguno de los restaurantes del área. No cuenta tantos años como aparenta, pero su piel está envejecida de calle. Sus manos, anquilosadas por la artritis.
Está sentada en los escalones de un edificio condominal, donde siempre, cuando una afortunada ráfaga de viento lleva hasta sus pies un pedazo de papel. Es un anuncio de búsqueda. “La gente no debería arrancar estas cosas de la pared, ¿si no, cómo van funcionar?", piensa.


Sin ponerle mucha atención lo mete al bolsillo de su chamarra de segunda mano.

Unos minutos después, Mario cruza caminos con Laura, a quien conoce del barrio, y platican unr ato. Segura de que Mario tendrá mejor oportunidad de ayudar que ella, le entrega el flyer. Mario identifica inmediatamente a Nina y corre a avisarle a Martha. Recibí su llamada no más de tres minutos después de ver el primer flyer anónimo. Me la devolvieron con la cola fracturada y un hambre de dos días, pero viva. Conmigo.

No sé si esa ráfaga de viento fue un afortunado incidente meteorológico o la energía de miles de personas creyendo que era posible.
No sé si el flyer que voló oportunamente hasta la persona correcta en el momento correcto fue uno de los que distribuí con mi familia y amigos o uno de los distribuidos por los detectives anónimos de Twitter.
No importa si no sé. Importa que pasó.

Doña Laura no pidió la recompensa. Se la di de todas formas, disculpándome por no poder darle más. "Qué importa cuánto me des. Para mí está bien porque igual no esperaba nada."
Martha me REcagoteó por traer a Nina sin placa (mea culpa).
Mi mamá (que jamás perdió la fe, quien no se separó de mí ni un momento y a cuya perseverancia dedico este post) me dijo: “¿Viste lo que acaba de pasar? Ahora dime: ¿ya puedes aprender a creer?”

Cuando te detienes a tratar de agradecer la materialización de lo improbable a quienes hicieron posible que estés contando un final feliz, tienes tres opciones:

1) Hacer una lista que incluya cada una de las personas a quienes les quieres agradecer, como hacen en los Óscares pero sin la parte en la que haces el oso en la tele dejando fuera a los más importantes.
2) Ponerte ridículamente cursi (como si la gente todavía estuviera para tus payasadas luego de tres cuartillas y media) en un sentido agradecimiento colectivo por devolverte a un miembro de tu familia.
3) Correr el riesgo de cerrar con una frase honesta, clara y representativa de lo que te llevas de la experiencia (además de tu pedacito peludo de karma).

Cómo no tengo tan buena memoria para primera ni descaro para quitarles más tiempo con la segunda, espero que la tercera le haga justicia a lo que siento por su amor, solidaridad y ayuda incondicionales.

Gracias por dar sin esperar nada a cambio.
Gracias por salirse de su camino para hacer algo por alguien que no son ustedes mismos.
Gracias por devolverme a mi familia.

No dudo ni un segundo que si somos capaces de hacer esto por un perro, podemos hacerlo por nuestros amigos y familiares. Por nuestro país. Por el otro, ese extraño anónimo que soy yo mismo.

Gracias. Gracias. Gracias.

"Compassion, along with love, is the face of altruism."
-Dalai Lama


Special thanks to Nina, for being the purpose.